Época: alta época clásica
Inicio: Año 500 A. C.
Fin: Año 450 D.C.

Antecedente:
La alta época clásica
Siguientes:
La cerámica ática del periodo de transición
Cerámica y megalografía
El triunfo de la perspectiva. Agatarco de Samos

(C) Pilar León Alonso



Comentario

Por pintura se entendía en la Antigüedad la hecha sobre tabla, a la que se llamaba pinax, de ahí pinacoteca para el lugar que las acogía. Poco después de la mitad del siglo VI las tablitas de Pitsá demuestran que la costumbre de revocar la madera en blanco y pintarla estaba plenamente atestiguada y bien afianzada la técnica, a juzgar por los colores y por la firmeza del dibujo. Puesto que se conocen indicios similares procedentes de las inmediaciones de Corinto y puesto que las tablitas de Pitsá conservan la firma de un pintor corintio, cabe a Corintio el honor de la suposición fundada de que allí se produjeron los primeros cuadros. Hacia finales de época arcaica se conocían en Tasos tablas de grandes dimensiones, que pudo admirar de joven el gran pintor Polignoto.
No menos se practicaba la pintura de caballete, cuyo máximo representante en época clásica es Agatarco de Samos. La popularidad de los pintores se refleja en una anécdota de una tragedia de Eurípides, en la que se ve en escena a un pintor que se aleja del cuadro para captar su efecto en perspectiva. La pintura mural tuvo amplio desarrollo en la Antigüedad, aunque no siempre era al fresco. Hubo frescos estupendos, cuya técnica aprendieron los etruscos de los griegos y son precisamente los frescos conservados en las cámaras funerarias etruscas los que nos permiten suponer lo que pudo ser este tipo de pintura. El hallazgo en tiempos recientes de pintura mural en una tumba de Paestum, fechada hacia 480, ha supuesto un acercamiento a la pintura griega clásica, desgraciadamente perdida. Ahora bien, por pintura mural se entendía, además, la de grandes tablas fijadas al muro con marcos y grapas metálicas, cuyas huellas se han visto en ocasiones. La pintura así realizada se podía proteger con portezuelas de madera a manera de trípticos y polípticos.

La primera pinacoteca que existió fue la de los Propíleos en la Acrópolis de Atenas, una estancia bien iluminada por ventanas. Antes de que ésta se construyera, durante la invasión del Atica, se destruyeron y perdieron gran cantidad de pinturas, los primitivos de la pintura griega, como les llama Moreno. Superada la crisis bélica adopta la pintura una actitud historicista y deseosa de investigar lo anterior, si bien la ruptura con la época precedente estaba consumada y era inevitable.

Se inaugura entonces una nueva etapa, la del florecimiento de la pintura griega, alentada por el espíritu de victoria y poderío que invade Grecia, y especialmente Atenas, a consecuencia del triunfo sobre Oriente. Nuevas tendencias aparecen en la pintura, la más llamativa de las cuales establece una diferencia abismal con la época arcaica. En efecto, los pintores de la nueva generación no sienten la obsesión de antaño por los aspectos anatómicos de la figura humana, sino que se sienten atraídos por otros: el carácter, la emoción, la luz y la sombra, el espacio. Se alcanza así un hito inconmensurable en la evolución.

Las fuentes nos hablan de personalidades artísticas tan poderosas, que hay razón para pensar que los pintores superarían a veces en capacidad creativa a los escultores. Cuando el panorama se nos ofrece más atractivo y alentador, aparece el gran escollo: la pérdida lamentable de la pintura creada por estos maestros. Ya hemos dicho que se conocen atisbos de ella, como los restos hallados en Paestum, y que queda el testimonio de la pintura etrusca, aunque el mejor medio y el sistema más seguro para aproximarse a la gran pintura consiste en reconocer su influjo y características trasladadas a la pintura de vasos y en menor medida en las artes industriales. Naturalmente hay que contar con las modificaciones del cambio de técnica, de las composiciones reducidas, de la esquematización tipológica, etcétera.

Ante esta tesitura y dado el cariz sinóptico de esta exposición, renuncio a un recorrido sistemático de pintores y obras, tanto para la pintura mayor como para la de vasos, porque, además, eso lo tiene el lector muy bien hecho por especialistas como Blanco, Elvira y Moreno. Me inclino por una visión de conjunto, capaz de sugerir la importancia extraordinaria de este fenómeno sin olvidar que la búsqueda apasionante de la realidad de la pintura griega es un juego sutilísimo de ecos y resonancias. Y en este ir y venir de la cerámica a la gran pintura y viceversa, descubriremos algo de la esencia de una y otra.